(Apuntes a lo Rajoy sobre dos cosas actuales)
I
Sorprende ver que hay gente que tiene nostalgia de la época de la crisis 2008, como si no hubiera una gran parte de la población mundial que lo ve estúpido. Seguimos en la época de la crisis 2008. ¿Cuándo acabó la crisis? ¿No han sido estos 16 años una concatenación de crisis a cada cual más fea?
II
Hubo una fiesta-funeral por la música indie en España que coincide con la llegada al mainstream de sonidos nuevos más cercanos a la electrónica y al postpunk. Esa fiesta en mi cabeza sucede entre 2016 (año 0 de la internacional neofascista) y llega hasta hoy (un periodo indefinido desde la invasión rusa de Ucrania y el genocidio en Gaza). El mundo se ha ensombrecido estos años y creo que era Eisenstein el que decía que en las épocas convulsas el arte es más ligero y es en las épocas de desarrollo económico y tranquilidad en las que el arte se pone más pesado. No sé si esto se puede decir del arte en el siglo XXI, no sé si el siglo XXI se puede resumir de ninguna forma en su año 24, pero sí puedo afirmar que hay una serie de tendencias que veo cristalizar en fenómenos como brat o el éxito de Alcalá Norte. Formas artísticas condensadas y congeladas en otros años que parecen hoy en día reclamar para sí posiciones hegemónicas.
Charli XCX (xcx ahora) lleva toda una vida, como quien dice, en esto del hyperpop. Me jode decir que yo accedí a ella a partir de la versión trusca de I love it de las Nancys Rubias. Llevo años escuchando su música y brat es un gran álbum con todo el sentido del mundo teniendo en cuenta la evolución de su sonido, pero sobre todo me interesa el fenómeno que ha puesto el hyperpop en el centro de nuevo —digo de nuevo porque en ciertos ambientes esto ya puede sonar a vieja cantinela. En España llevamos desde Motomami (18 de marzo de 2022, recién iniciada la guerra) buscando algo nuevo e imitando lo antiguo. Motomami supuso un antes y un después, como fenómeno capaz de introducir lenguaje y mundo más allá de sus paredes musicales, creó una legión de fans (nunca mejor dicho, porque es un álbum que huele a guerra, como si Úrsula Von der Leyen tuviese la sensibilidad moderna para el amor y el orgullo antiguo para la guerra) y somos muchos los que seguimos atrapados en sus categorías comparando todo lo nuevo con Motomami.
Pero volvamos al tema, brat es el colofón, es nuevo, ha creado una estética que promete acompañarnos este verano de tonos verde intenso y está guay, me gusta. Pero es el último colofón de la fiesta que se inicia con la llegada de Trump al poder y la explosión del dreampop y una nueva forma de hacer música desde la electrónica y tu propia habitación que alcanzó su punto álgido alcanzó con la pandemia (la genial versión de Norman Fuckin’ Rockwell, Puto Normando, de Irene Garry, grabada desde su piso en Madrid durante los días de confiniamiento). Hoy sentimos que esto, siendo lo más nuevo, es un poco más de lo mismo, otra estética acelerada que nos lleva a un futuro que no termina de llegar, y que remite siempre a ideas pasadas de futuros mejores. Parece que las utopías estéticas del siglo pasado no terminan de anclar, y repetimos el mantra constante ante el miedo del desahucio final de la historia que acecha estos días. Lo explica muy bien Matt Colquhoun en su blog:
It’s okay to cry, Charli reminds the listener, just as SOPHIE did before her, but something is different here. The oscillation between future club classics and jaggedly wistful ballads produces the kind of depressive hedonism Mark Fisher famously called “party hauntology”, and which he identified most clearly on Kanye West’s 808s & Heartbreaks and Drake’s Nothing Was the Same.
La hauntología de la fiesta, esta nostalgia de lo nuevo, cuyo el epítome es el inicio de Fiebre, de Bad Gyal. La incapacidad de que algo suene a nuevo de nuevo, tal vez Motomami sea el olvido de que algo había antes ya y seamos siempre incapaces de encontrar eso. Pero tengo la sensación de que esto se acentúa. La nostalgia es TOTAL. Nos hemos atrofiado buscando en esa aceleración del sonido la salida cultural a nuestros males, no era mala idea, pero se está empezando a agotar su potencial.
A propósito de la nueva película sobre Los Planetas Miguel Olea escribía esto:
En su mitomanía la película evita ser puramente nostálgica, pero lo hace al precio de una ansiedad foreverista o parasiemprista. Grafton Tanner ha llamado foreverism a la tendencia actual de revitalizar objetos culturales que se creían degradados o desaparecidos para eternizarlos, combatir así la nostalgia al abstraerlos del tiempo, y obtener rendimiento de ellos para siempre. El foreverismo, así, sería la solución del capitalismo para hacer desaparecer la nostalgia y lucrarse de ella al mismo tiempo. En un repaso breve de la historia cultural de la nostalgia, Tanner observa que su explotación comercial comenzó, de hecho, con una película generacional, American Graffiti (1973) de George Lucas. A pesar de que llegaría a convertirse en un maestro foreverista, Lucas hace una primera película plenamente nostálgica en el sentido clásico, un lamento por un pasado perdido e idealizado movido por una actitud trágica al ambientarse en el último día de instituto y el último de una época que termina, los cincuenta.
Creo que esto lo consigue brat aun sin intentarlo, una especie de condensación pop del momento para transformarlo en producto exportable (el color verde de este verano 2024 que nos inunda) y con ello de alguna forma creo que clausura una tendencia que todavía no había cristalizado como forma cultural hiper comercial (siendo una forma cultural que es bastante comercial, pero creo que aquí alcanza un cénit).
III
El contrapunto es el fenómeno de Alcalá Norte. Hace un año, cualquier persona con dos dedos de frente, preguntada por las posibilidades de éxito de un grupo indie a lo 2010s, habría respondido escépticamente —y un nazi, ante la misma pregunta, habría puesto de ejemplo el éxito vacío de Arde Bogotá, grupo aséptico y blanco capaz de llenar festivales con un variado grupo de seguidores muy difícil de concretar. Pero a principios de este 2024 Alcalá Norte se ha convertido en un fenómeno nada vacío, con un disco sólido y divertido en el que la ironía, las referencias a Goebbels o la lucha de clases están presentes y funcionan. Este verano y el próximo otoño se van a pegar un buen baño de masas entre festivales y salas con una variada legión de seguidores que hablan de post-punk o indie de forma indiferenciada.
Creo que ambos fenómenos hablan de un fin de fiesta. Pero no uno bueno: es como si la fiesta inaugural del neofascismo se hubiera acabado, pero no porque el fascismo se haya ido de nuestras vidas, sino porque ya está totalmente implantado. Porque no tiene nada que celebrar ya o contra lo que rebelarse. Simplemente vive instalado en nuestros marcos políticos, en nuestras vidas, en la incapacidad de proponer futuro, creo que el regreso del indie y la muerte del hyperpop no son otra cosa que la victoria definitiva del fascismo de cara al final de década. Vuelve la virtuosidad a la música y no creo que tarden mucho en volver a darse las discusiones sobre si hay que se virtuoso para dedicarte al cante, si el autotune sí o no, o si «qué bien toca la guitarra ese señor».
El regreso de las estéticas características de Tumblr 2012 y de los primeros años de crisis económica post-Lehman Brothers es el indicio de un sorprendente de un aceleracionismo cultural. Recuerdo cuando se empezó a llamar hípster a la gente que se decía que volvían los 80. Con la llegada de Trump al poder en los Estados Unidos pareció existir un fuerte regreso de los 90 que enseguida Bad Gyal transformó en el Flow 2000 y parece que de hace un par de años acá, tras la pandemia, y con las guerras, hay un «todo vale» nostálgico que nos remite a una época postcrisis que ya en su momento se sabía poco original. Esta especie de sensación de nostalgia planta de reciclaje está mutando en algo extraño. El abismo cultural se ensancha y no sé si podremos abarcar nuevas nostalgias, si lo nuevo no termina de llegar no podremos repetirnos para siempre las décadas pasadas una y otra vez pero más rápido, porque las ideas se nos agotan. Igual tenemos que inventar nostalgias culturales pretéritas y empezar a vestir estilo Luis XVI. No lo sé. Lo que creo que sí sucede es que mientras anclemos nuestras esperanzas cíclicas de progreso (en la cultura o en el mundo) en las formas del pasado, poco halagüeño será este futuro.
IV
Si el hyperpop está atrofiado hay que pensar más allá del sonido. Si el indie vuelve, a pesar de que me guste Alcalá Norte, es posible que sea para abrir de nuevo las puertas del infierno llamado Mikel Izal o derivados. Cierto es que hay gente muy digna que ha mantenido niveles siempre altos como Vetusta Morla, pero por lo general la generación indie nos ha dejado a una clase dirigente chupi guay con ideas conservadoras. Neonazis llamados Bubby. Por eso más que un análisis es un poco una prescripción, ojalá Alcalá Norte sean el colofón final de algo. Cierren la puerta con un sonoro adiós muy buenas, la única manera de hacer indie era a través del espejo de Goebbels. Y así nos liberaremos de tener que volver a ver a Izal en un escenario principal y puede que de paso aprendamos a liberarnos también de los nazis, se llamen o no Bubby.
Me despido con Borges, que algo sabía:
[…] no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
M. Rajoyce.