Conversación con Luis Chaves a propósito de Salvapantallas (los tres editores, 2024)

Un lunes por la tarde mi amigo Pablo me preguntó si quería entrevistar a Luis Chaves, un autor del que había leído la crónica novelada Vamos a tocar el agua (los tres editores, 2022) y el poemario Chan Marshall (Visor, 2005). Acepté sin pensármelo. A los días me llegó el libro y lo leí con atención inusitada, tanto que me podría haber incorporado al texto como un personaje. Lo aprecié y lo disfruté en el momento y luego lo pensé para elaborar una serie de preguntas sobre él. En las próximas páginas se recogen los fragmentos rescatados de una conversación interrumpida por la vida entre Luis Chaves, y yo (un lector):

¿Cómo que andas por Madrid? ¿A qué has venido? ¿Cómo estás?

Llegué ayer. Este viaje es de 2 semanas específicamente organizado para presentar Salvapantallas acá en Madrid y en Barcelona, donde estaré el 10, 11 y 12. Esa novela es una reedición de una novela que publiqué en 2014.

Con Lanzallamas y Seix Barral, tengo yo apuntado.

Primero con Lanzallamas, que es una editorial local independiente de San José de Costa Rica y al año siguiente, en 2015, se publicó por Seix Barral que es del Grupo Planeta y fui a presentarla a Buenos Aires. En Seix Barral del que llaman Cono Sur. Luego estuvo un tiempo en México, pero lo cierto es que no se había publicado acá en España. Mira lo que son las cosas 10 años después.

Por ahí quería empezar. En un mercado editorial cargado de novedades, en el que las mesas de las librerías se renuevan constantemente, donde los libros se agolpan y duran una semana, ¿cómo ves que tu libro esté en conversación 10 años después? No te voy a decir que sea ya un clásico, porque para eso creo que hace falta otro tipo de condiciones, pero que se hable de él y esté presente me parece algo muy interesante. Lo que se hubiera esperado es que te pidieran un nuevo libro.

Es cierto, de hecho, la primera reacción que tuve cuando la editorial me propuso reeditarlo en España, fue como uff, es un libro que tiene 10 años y yo no sé cuál es mi relación con ese libro, porque en general creo que muchísimos escritores no leen lo que ya publicaron. Al final, yo no tuve que releerlo todo, sino ciertos pasajes que los editores estaban tratando de afinar. Pero sí me hice la pregunta de cuál era mi relación con el libro, porque vamos cambiando como personas y la que escribió ese libro ya es otra. O sea que, si se publicó en 2014, quiere decir que es anterior porque venía trabajando en eso por un par de años antes; entonces es pensar en un Luis Chaves de esa época, así que la sensación era rara. Ahora bien, hay que ser un poco consciente de que los libros, una vez que uno los publicó, ya tienen una vida propia. El que tenía problemas con que reeditaran el libro era yo, porque para alguna gente iba a ser la primera vez que leyeran el libro, y que por lo que se cuenta en el libro se entiende que es algo que no pasó ayer, por ejemplo, smartphones de los que hay ahora no existían en ese momento.

Exacto, incluso tú en el prólogo que has hecho para el libro decías me siento como un personaje lejano ya de este libro. He intentado leerlo como no biográfico, me he permitido esa distancia, aunque lo escrito te arrastre ahí.

Eso es importante, esa sensación de no ser yo, de ser yo, no porque fuera una biografía, lo que hay ahí es una ficción escrita a partir de ciertas experiencias personales. Yo sé que ese es un tema, sobre todo para suplementos culturales que han explotado para bien y para mal. En el fondo, como vengo de la poesía, el yo narrador es lo natural, es decir que no tuve que enfrentarme a la situación de voy a escribir una novela, pero la autoficción está mal vista, entonces mejor lo escribo en tercera persona. Ese no era mi caso. Aquí hablo en primera persona sin que necesariamente sea un retrato o una imagen o una fotografía de hechos tal cual sucedieron. Es ficción, es como el Cantar de los Cantares o así.

Hay una parte que me ha gustado mucho del prólogo, en la que dices que «el libro es el lugar de los afectos». Por eso, me he traído este libro de Tamara Kamenszain, Una intimidad inofensiva: Los que escriben con lo que hay (Eterna Cadencia, 2016). Esa idea me recordó al ensayo, porque ella habla de lo íntimo que se expresa hacia afuera, que denomina lo éxtimo; también hay una referencia a Deleuze, que habla de devenir otro, dice que hay que crear lo medios literarios para instaurar una zona de vecindad. Pienso que tu libro tiende hacia la amistad, aunque no digo que sea un libro sobre la amistad.

Sería un libro sobre la amistad traicionada. Jajajaja. Estoy un poco bromeando.

La afirmación que escribes ahí me interesa mucho.

Tamara es una gran escritora, muy conocida y respetada. Lo decía en este prólogo escrito ad hoc, pienso en muchos de los textos que están ahí, que surgen a partir de la experiencia, con personajes reales pero con nombres cambiados, otros que son mezcla de personajes de mi vida. Cuando se presentó en 2014, hubo, más que una presentación, una reunión de gente querida, amigos cercanos, mis hijas pequeñas, mi familia cercana, lo que yo llamo la familia molecular: los afectos elegidos, que son familia pero no de sangre. Y siempre he tenido ese recuerdo: una de mis hijas leyó, no había un presentador…, y se me quedó la imagen de que eso representaba muchísimo lo que estaba en ese libro. No es libro con un mensaje esperanzador sobre los amigos, no tiene nada que ver con eso; pero sí el detonante, no tanto lo que está dentro, sino lo que rodea el libro es lo que se relaciona con los afectos.

Te leí en Lata Peinada, la librería especializada en literatura latinoamericana, cuando estaban en Madrid hicieron un taller, que lo organizó Sofía Balbuena, que acaba de publicar en Caballo de Troya Borracha menor, y me dijo que te leyera. Ella, siguiendo un poco a Tamara, en su presentación del otro decía que escribe con lo que hay. Yo creo que eso se relaciona contigo, de alguna manera.

Yo he escrito este libro con lo que yo tenía. Creo que hay gente que tiene una imaginación prodigiosa y puede escribir una saga decimonónica. No sé, Balzac, escritores que hacen sagas familiares de 50 años y saben la psicología de todos los personajes. O los que escriben fantasía o ciencia ficción. Yo eso lo admiro, de hecho, me gusta esa literatura, porque no tengo eso. Yo soy más, como dice Tamara, aunque ella lo hace mejor que yo, de trabajar con lo que hay.

Lo que hay suele ser lo íntimo, los detalles, la percepción…

Lo que cambia es cómo vemos eso íntimo, ya son estilos también. A partir de eso escribir algo solemne, profundo, ¿no? Lo que hay significa desde dónde escribo. Porque yo tampoco tengo la capacidad de escribir algo psicoanalítico, sesudo, solemne, de lo que está sucediendo. No me estoy haciendo el falso modesto, porque trato de hacer muy bien eso que hago. Yo trato de relacionar todo eso, más que con lo que dice el personaje, con lo que hace el propio personaje. O sea, lo vemos haciendo algo, en vez de diciendo algo. Hay gente que puede llegar a un lugar más duradero, a partir de entrar y penetrar en un personaje. Y yo, en mi vida incluso, soy bastante básico, pero me han señalado «ponés la atención en ciertos lugares donde no es tan común». Lo otro no puedo hacerlo, mi capacidad es poner a hacer cosas a los personajes, los lugares dónde se meten, cómo manejan las relaciones. De ahí, algo se puede entender de ese personaje. 

Creo que estuviste viviendo en Argentina…

Sí, no solo viví 3 años, sino que tengo familia molecular en Argentina. Publiqué mucho por allá desde editoriales cartoneras e independientes, hasta corporativas como Seix Barral. He ido a festivales grandes, tipo FILBA, y a pequeñitos en la Casa de la Poesía de Evaristo Carriego, cuando existía. Buenos Aires es el lugar de los afectos. Buenos Aires es mi segunda casa.

¿Y tu relación con la escritura cambio a raíz de estar allí?

Yo creo que todo me afecta. Antes de viajar a Buenos Aires, en Costa Rica yo había conocido a una argentina, Ana Wajszczuk, que es ahora mi familia molecular allá, con la que hicimos una revista. Ella llegó a Costa Rica con el bagaje de una efervescencia que dejó, de lo que luego se llamó la poesía de los 90 en Argentina. Entonces ahí, empezó mi relación con la literatura de Fabián Casas, Laura Wittner, Gambarotta, Alejandro Rubio, Verónica Viola Fisher. A algunos las conocí y a otros no, pero me influyó mucho. Cuando leí Punctum, de Gambarotta, yo venía escribiendo poesía, leyendo clásicos, estudiaba economía agrícola, Residencia en la tierra, de Neruda, Trilce, de Vallejo, y de pronto veo Punctum, y digo: ¿se puede escribir así?, ¿esto es poesía? Esa fue mi primera relación con Argentina, que fue literaria, y luego ya me voy a vivir a Argentina, termino de conocer a toda esa gente que leía y ahora somos amigos. Sería injusto decirte que esa relación no influyó, no solo en la literatura, sino en un montón de cosas de mi vida. De hecho, mi hija quiso ir a estudiar cine a Argentina, después de entender mi relación con ella; cuando cumplió 15 años, que me publicaba Seix Barral, Vamos a tocar el agua, y me pagaban el boleto para ir a presentarlo, cogimos los ahorros para que viniera conmigo. Fue en 2020, estalló la pandemia y casi no salimos de Argentina. Por lo que te puedo decir que mi relación no es solo literaria.

Me interesa tu libro como artefacto híbrido, tiene una forma supervoluble… La cita del inicio, la de Lorenzo García Vega, que dice «el libro no es un organismo unitario», me daba esta pista. ¿Cuánto se relaciona lo híbrido con la forma que tenemos de vivir, con las condiciones materiales de vida, con el estrés, con el no hay tiempo? ¿Cómo te sientes tú con esta forma?

Como si todos fuéramos corredores de Bolsa, y somos todos pobres y sin tiempo… A mí me tocó la época de los blogs, que hacían de bitácoras digitales, que irrumpieron fuerte, primero por el periodismo. Fue una época linda. Eran como unos diarios públicos, donde se hablaba de cualquier cosa. En esa época, varios textos que están en la novela yo los publiqué ahí, mucho tiempo antes. Por eso luego se habla de esta cosa híbrida, porque al armar el libro, algunos textos se escribieron para construir el libro junto a los de antes. No es un libro escrito de principio a fin, sino utilizando cosas, qué se yo. Una vez estuve en un festival de poesía, donde un poeta nicaragüense, yo en ese momento era un poeta joven, y ese señor era el viejo, antes del 2000, decía: es que ahora usan procesadores de palabra, cortan, pegan, de un lugar al otro y eso no es poesía. Él venía de escribir a mano. No podemos negar que fue una herramienta y una forma de escribir que cambió todo. Aunque al final lo importante es saber si está bien escrito o no. Bueno, Salvapantallas, tiene algo de eso, ya existe todo eso. Siempre me llamó la atención el autoplagio. Cuando alguien habla desde la autoridad, a mí ya me genera una sospecha y ganas de hacer lo contrario. Empezaron diciendo: estos autores que se autoplagian, y yo me preguntaba qué significa el autoplagio. Yo nunca entendí eso y además somos pobres, a nadie le importa lo que hacemos, no somos cineastas, no somos artistas. Por favor, cállense, que cada uno haga lo que quiera. Para alguien que piensa así, mi libro es autoplagio. Porque hay un montón de cosas ya utilizadas, el inicio del libro estaba como inicio de un poema. Esa cita de García Vega, cuando yo leí esa frase, en Devastación del Hotel San Luis (Mansalva, 2017), me acuerdo de dónde estaba: era un verano (en verdad estación seca, pero para que suene literario), yo estaba debajo de un árbol de cas que hay en el patio de mi casa, estaba leyendo ese libro, en la flor del árbol de cas tiene unos pistilos blancos que cae como una nieve, estaba cayendo sobre el libro, yo soplaba y cuando leí esa frase pensé: esto es lo que yo puedo hacer. Porque esa idea también de hay que escribir una novela, es tremenda pero nadie puede negar que no la tiene.

Es decir, que al final la forma se adapta un poco al tiempo.

Al final era mío, ¿por qué una ética como autoimpuesta donde se piensa «eso no se puede hacer», eso es pereza? Andá a cagar. Soy pobre, soy centroamericano, no estoy ganando dinero con esto. Mi libro lo leen amigos. Para mí es equivocado ese concepto de autoplagio.

Tengo la sensación de que lo central de tu libro es una deuda. No lo digo de broma.

No te referirás a lo que digo al principio de que debo mucho dinero, jajaja.

Creo que el libro es como una deuda. Tenía dos sensaciones, una deuda como hacia la amistad.

El final del capítulo de Bárbara y Belkis, donde digo lo de la deuda. «Termino de escribir esto que les debía a varias personas».

Eso es, cogí esa afirmación, que para mí es la clave de la lectura. Lo que te decía una deuda con otras personas de tu vida, o contigo mismo; y una deuda con la imagen, creo que era una manera de reimaginar todo lo que había sucedido, darle una entidad. No sé cómo lo ves tú.

Yo doy clases desde el 2011, en la escuela de cine, en varios cursos. Estoy muy cerca del mundo del cine, así en esas clases, siempre trato de exponer esto para discusión. No importa nunca el qué, lo que importa es el cómo. Eso funciona para todas las artes. Desde pequeño lo que me gustaba era leer, mucho tiempo después llega el momento, aunque no a todo el mundo le pasa, en que uno dice: yo quiero hacer esto que leo, y luego la publicación. Aún hay gente que no le interesa publicar, la mejor escritora costarricense no publica. Yo no estudié nada de literatura. Ser escritor es un oficio. Pero en ese oficio, yo no distinguía nada, de hecho la poesía que yo escribo es muy narrativa, menos mal que no escuché, porque la gente decía «eso no es poesía, eso no es poesía». Luego empiezo a escribir crónica en los blogs, y en un periódico. Todo muy narrativo como mi poesía. Entonces en mi cabeza estaba esto de «¿por qué no hay novela aquí?» Llega ese peso de tengo que escribir una novela. Algo de esa deuda está, la autoimpuesta, que es ridícula. La otra deuda, se me conflictúa, con esto que le digo a los alumnos, de que la última opinión que interesa cuando se hace una obra es la del cineasta. A mí, que me pregunten por mis hijas, porque a cualquier papá que le preguntés…

Por cierto, en relación con tus hijas, decirte que me encanta el final.

La hija menor que lo primero que escribe es el nombre de la hermana mayor. Y no te voy a decir si es real o no.

No lo digas, no es importante. Es que da igual. Creo que esa es la capacidad que tiene la literatura. Me parece magistral.

El libro va por ahí. Al inicio, se dice el libro puede ser esto, esto, o el día en que Julia escribió… Ahora mis hijas dicen que decir eso sería un spoiler.

Estoy haciendo spoiler, ves cómo no sé entrevistar.

Creo que en la literatura no hay spoiler. Aunque mis hijas dicen que sí.

Depende de lo que estés leyendo, si es el Señor de los Anillos o una saga… Quería preguntarte, por la extensión de los capítulos, textos largos y cortos, intercalados, aunque creo que la respuesta es que vienen del blog.

Sí, aunque para esta edición le hemos puesto título a los cortos, porque antes tenían número. Si ves, están intercalados, todos esos se escribieron para el libro, se pensaron como enganches, para El bolsón de Higgs

El bolsón de Higgs, es increíble ese capítulo.

Eso que me estás diciendo me alegra muchísimo, porque la idea no es humor, no es chiste. Es humor de que algo que está pasando. Porque me cuesta mucho tomarme en serio a mí mismo.

Hablas de los talleres literarios, ¿qué opinión te merece todo esto? Porque el narrador tiene una opinión negativa.

Dice que es una farsa, pero ¿qué importa? No tiene que ser útil en términos pragmáticos. La utilidad que tiene es otra, un día a la semana te reunís, porque en general la gente vive, trabaja… por ejemplo, mis amigos no leen, aunque vienen a mis presentaciones y todo eso. Entonces el taller es el día en el que te juntas con unos freaks que sí les interesa durante media hora para discutir porque hay una coma mal puesta. Pero eso es solo con esa gente, otros dirían «ridículo». Es mentira que se pueda enseñar a escribir. Eso es lo que digo.

Va por ahí el tema. Escuché un podcast, el de Demasiadas mujeres, donde preguntaban acerca de los talleres de escritura; había gente que decía que podían enseñar mecanismos para escribir, lo imaginario no se puede enseñar.

No se puede. La escritura es algo muy personal. Hay que leer, entonces uno leyendo va haciendo un mapa de lecturas. Está bien leer lo que te gusta y lo que no te gusta. Si hubiera reglas, todos seríamos premio Nobel. Ahora, está bueno ese rato de reunirse con ocho personas que les interesa esto, que dicen «tal vez la palabra atardecer no iba ahí». Eso no lo puedes hablar con tus amigos ni con tu esposa. Te echan de casa, te dicen trabajá, hacé algo digno. Sin embargo, en ese grupo se quedan media hora pensando en esa palabra.

Este es un libro interrumpido por la vida, incluso tú lo dices, en la página 112: «anoche tuve que interrumpir un rato mi escritura para cazar un ratón».

No me acordaba de eso. Eso sí es cierto. Eso sí pasó. Yo le tenía el mismo miedo que mi esposa y mis dos hijas. No creas que yo era el macho alfa… Yo pegaba gritos igual.

Tenía la sensación de que el libro se debía a la vida porque se había ido interrumpiendo, alargando muchos años, por eso no hay esa unicidad. De hecho, ojalá se pudiera leer el libro así, en plan que estuvieras leyendo la parte del diario y entrara un folleto con ofertas de colchones por la ventana, y tuvieras que parar.

Es real, no fue un libro que tenía un horario, ni tenía ese concepto más profesional. Eso no es una garantía de que quede bien. De pronto alguien que escribe ocho horas al día te saca una genialidad. Ni uno ni otro son garantías de nada. Ahora… eso es así, es un libro hecho por intermitencias.

Por hablar del título. La parte del salvapantallas que aparece al principio del libro, donde hay una fascinación del narrador por un ordenador en una fiesta con un salvapantallas.

Claro va a buscar un suéter, la primera vez que la selección de Costa Rica fue al mundial. Sube en esa casa y encuentra un ordenador de 1990, de estas cosas gigantes… Ya no existen los salvapantallas. Había uno que era como estrellas que van saliendo, se llama starfield, como alguien viajando en el espacio. De pronto era la sensación de estar viajando en el espacio, en la Gran Nada. Y son dos segundos de reflexión del personaje, que está en una celebración, subió a buscar el suéter para seguir de fiesta. Que luego se retoma al final donde el salvapantallas soy yo.

Eso es, tu mano es el mouse.


En la imagen que encabeza el artículo, Luis Chaves. Fotografía de Esteban Chinchilla.