Creer en la Bestia

El recién despedido 2023 trajo consigo dos películas (The beast y La bête dans la jungle) que nacen sostenidas por «La Bestia en la Jungla», relato de Henry James publicado por primera vez en 1903. Bertrand Bonello y Patric Chiha partirán entonces de la misma premisa: una pareja se encuentra por azar, pero al mirarse lo que encuentran en el otro es necesidad. Reducen la distancia empujados por esta atracción, se saludan y poco más; entonces empiezan a inventar trucos para justificar el deseo de cercanía con un extraño. Necesitan hacer estallar los límites del desenvolvimiento social, explicarse a sí mismos, tal vez al otro, por qué tienen que seguir hablando, así que uno de ellos dice «Yo ya te conocía, ¿no te acuerdas? Nos encontramos en aquel viaje…». A partir de ahí todo será adornar esa historia pasada, ese encuentro que logra aportar una justificación para la unión; poco importa si estos recuerdos se sostienen sobre una verdad o una mentira, porque la necesidad de estos será verdadera, primordial y suficiente. «¿Recuerdas lo que me dijiste aquel día?», dice uno de ellos, «¿Recuerdas que me dijiste que sentías que estabas esperando a que algo que te acechaba se abalanzase de una vez sobre tu vida, cambiándola para siempre?». Para seguir con el juego el otro tendrá que responder afirmativamente, incluso se sorprenderá un poco al recordar que había revelado esa información tan delicada, y para dar una replica buscará en sus propias sensaciones algo que se pueda parecer a esa Bestia que acecha. Nosotros no sabremos qué es ese algo, si estaba antes o si emergió entonces, en la conversación; solo conoceremos la necesidad de hacer real una unión que se sentía obligatoria, que extrajo lo que pudo de cada uno. Mediante esta conversación ya se habían sentado las bases de la relación que en adelante tendrían: uno de ellos esperaría a lo desconocido, el otro se ofrecerá a acompañarle, y mientras, el tiempo pasará compartido. 

A partir de aquí, la historia se encamina hacia distintos lugares para Chiha y Bonello. El primero, al hacer correr en paralelo una historia de amor torpedeada y el sucederse de momentos de eclosión en la convivencia sociopolítica (la caída del muro de Berlín, la crisis del sida, los atentados de las Torres Gemelas), parece atender a la estructura vivencial de la posibilidad; mediante alusiones oscuras, Henry James también parece haberlo tenido en mente. Mientras, Bonello se muestra más interesado por cómo alguien puede condenarse a sí mismo a la soledad, con tal, supuestamente, de escapar a lo que dice y cree que es su mayor temor, el dolor infligido por otro. Pero creo ver que, sin importar que sea a través de medios, despliegues, y exploraciones de temas muy distintos – el amor, la inseguridad, la transformación de las redes de afecto colectivas –, ambas películas comparten un mismo esqueleto: la pregunta por la experiencia del tiempo, y un estudio sobre cómo distintas concepciones de este hacen que cada uno entienda lo que es posible y lo que no de distintas formas, que lo abarcado por lo real sea diferente en cada caso y para cada cual. 

En el cuento de Henry James la estructura ya conocida de chico-conoce-a-chica coloca sobre el chico, John Marcher, la amenaza de la Bestia, mientras que ella, May Bartram, será la acompañante fiel y altruista. La pareja observada por la película de Chiha repetirá estos roles, mientras que en la cinta de Bonello el papel de amenazado y de acompañante se irá intercambiando entre ella y él, atendiendo a las necesidades de cada historia. En The Beast el tiempo se deshace al dividirse en tres momentos – la misma pareja intentará fraguar su amor en 1910, en 2014 y en 2044–, entrecruzándose a lo largo de la película estas distintas ventanas de oportunidad. Será precisamente esta estructura tritemporal, que investiga qué dificultades están activas en cada momento histórico para impedir el amor entre la (cualquier) pareja, la que obligará a que en cada momento el peso de la Bestia tenga que cargarse sobre hombros distintos: los temores que impiden a una mujer en los albores del siglo XX a abandonar un matrimonio aburrido pero seguro, son distintos a los miedos que alejan a los chavales incels de los objetos de su deseo, reificando con esa lejanía el discurso que se pretende objetivo y que justifica para empezar su pánico, «ellas no me desearán jamás». Sin embargo, ambos miedos compartirán el hecho de ser terrores que encierran al individuo dentro de sí mismo, condenándolo a una soledad anunciada. 

Precisamente estos dos momentos de The Beast, el pasado (1910) y el presente (2014), compartirán una figura, la de la vidente, que en un caso será consultada en una habitación con cortinas largas y pesadas, y en otro a través de un anuncio pop-up que salta en un ordenador ruidoso. En ambos casos la vidente será lo contrario a la parálisis del miedo; si la película se abre con Léa Seydoux frente a un croma verde respondiendo a una voz que le dice “¿puedes asustarte por algo que no está ahí?”, palabras que anuncian el fracaso de todas las parejas del filme, las videntes parecen decirle al personaje que luego encarnará «¿puedes alegrarte por algo que no está ahí?» o, incluso, «¿puede cambiar lo que está ahí?». En ningún momento negarán la avalancha, pero cambiaran su carácter (no es una condena, sino un milagro; una oportunidad, como poco), o incluso su condición de existencia (la Bestia no es completamente ajena a la decisión y a la voluntad de aquella sobre la que se cierne). La clarividencia no será sino un ejercicio para cobrar autoridad sobre el propio futuro, pues qué es una vidente sino un canal a través del cual dar validez y solidez a los deseos que alberga aquella que pregunta, una conversión del mero deseo en posibilidad o incluso en realidad futura. 

Bonello hará una traducción formal de esta práctica de la clarividencia al desmenuzar la imagen digital, y más específicamente, las imágenes de cámaras de seguridad. En The Beast conviven todo tipo de regímenes de imágenes (35mm, imágenes digitales, grabaciones con el móvil), pero interesará especialmente explotar las posibilidades digitales (es un filme plagado de glitches que derriten las escenas y de movimientos de replay). Una de las escenas más importantes de la historia del presente sucederá en una casa vigilada por cámaras de seguridad; la pantalla se partirá entonces, emulando las distintas perspectivas de sus grabaciones. Bonello se apropiará de las capacidades de estas imágenes vigilantes para ir contra ellas: repetirá una y otra vez los mismos gestos, unas mismas palabras («confía en mí»), primero pareciendo hacerse más patente que nunca la realidad e inevitabilidad de los hechos, pero poco a poco toda la atención recaerá sobre los intersticios entre los gestos y los pensamientos, que no son sino la sustancia de la posibilidad, y que por fin se hace visible. El quiebre de la objetividad de la la imagen securitaria viene aquí de la mano del quiebre de la objetividad del reino de las posibilidades. 

Lo que está en juego constantemente en este filme será, entonces, el ámbito de lo posible. May dirá en el relato de Henry James que «cualquiera que sea la realidad, es una realidad», negando con esa frase que la verdad quede totalmente abarcada por lo que ahora mismo se esté dando como una realidad: con esto se referirá precisamente a que «verdad» es un reino, una categoría, un conjunto, y la singularidad que de entre ese conjunto finalmente se haga virtual («real») pasa de manera perversa por nosotros. Para que algo se convierta en realidad mediará una decisión, o tal vez una indecisión, quizás una creencia o más seguramente una desesperanza. Lo único que no será siquiera una de las realidades posibles es la negación de la capacidad de alguien para aseverar que algo es una realidad. Esto no significará que cada cual pueda decidir qué es o no es una realidad, sino que una realidad puede cambiar por otra, pero la coagulación y el asentamiento de una nueva existencia siempre deberá ser colectivamente aceptada. Y es aquí donde entra Patric Chiha. 

Chiha pensará también en los posibles, pero destartalando el tiempo de otra manera. En el caso de su La bestia en la jungla la vida de la pareja se desarrolla fuera de la línea temporal; estos adoptarán el papel de espectadores del sucederse de los años, y con ello de los acontecimientos sociopolíticos (de las realidades negociadas colectivamente). Mientras ambos se mantienen jóvenes en apariencia, quedando a la espera del suceso que lo transforme todo, frente a sus ojos los años pasarán, las personas que ven cambiarán, y las maneras de relacionarse de estos también lo harán. Al enfrentar este flujo de cambios incesante con la espera estéril de John, Chiha evidencia que esto no se trata solo de la imposibilidad del amor (la ceguera frente a lo que se tiene delante a causa de la obsesión por algo otro que se espera pero que no se hace nada por acercar), sino que esta historia siempre ha hablado sobre la urgencia por romper el ámbito de lo posible. Y si a algún ámbito de la existencia ha acosado esa urgencia, bien parece saberlo Chiha, es al de la política. El políticamente, es decir, colectivamente melancólico nunca estará del todo en su propio tiempo: se encontrará añorando el pasado y lo que en él fue posible, o anhelando un futuro en el que lleguen las condiciones de posibilidad por las que la transformación deseada pueda tener lugar. Será entre este ir y venir donde se perderá la voluntad del presente, es decir, la decisión de irrumpir en la actualidad y cambiar el marco de lo posible. La historia de Chiha acaba igual que el relato de James, con John cayendo de bruces sobre la tumba de May, siendo entonces por fin consciente de que «Él había sido un hombre de su tiempo, a quien no le iba a suceder nada en el mundo. El terror es que nada le iba a pasar. La espera había sido su bestia, la bestia de su tiempo.» La decisión de entregarse a la espera había sido su Bestia, la confianza ciega en el transcurrir tiempo y en lo que este traerá, su castigo; entendiendo el fluir del tiempo y de los eventos como algo objetivo, que se dará como tenga que darse, desactiva totalmente la intervención de la voluntad y el poder de creación que esta tiene. 

Me asusta, sin embargo, que Chiha acerque la política y el amor en este caso y en este sentido, porque su relato, igual que el de James, acaba con la conciencia de la perdida de algo que se tenía, o que se podía haber tenido con un simple cambio en la mirada. El amor estaba a la mano, y esto era evidente por el acompañamiento fiel de May, que duró toda la vida. Ensimismado en su propio estado mental, que le parecía más brillante que el mundo a su alrededor en su estado actual, John había perdido la oportunidad de ser consciente de lo que ya tenía. Pero, aunque pueda estar de acuerdo, con que no hay que esperar, con que el presente es más grande de lo que podemos pensar, puedo aseverar esto porque creo en la capacidad creativa de la voluntad y la confianza. Es por eso que me encuentro más cómoda entre las pequeñas historias de Bonello: ninguna de ellas finaliza, nunca es seguro – salvo tal vez en la historia del pasado – que las relaciones vayan a ir bien, que se tengan el uno al otro. Lo que se pierde entonces no es lo que ya se tiene: lo que se pierde es el poder sobre lo posible, lo que se va al traste es intentarlo, y que el intento sea capaz de abrir una nueva posibilidad. Será de hecho curioso que, en la historia que sucede en el pasado, en la que el amor estará más afianzado, precisamente intentar el amor será lo que lleve a la pareja a la muerte. Creo que puede tener sentido en el amor retirarse antes de tiempo, porque las heridas son muy dolorosas, y sobre todo porque hay posibilidades de amor en otros lugares y personas, pero en política tal vez que hay que arriesgarse, aunque de facto no se sepa si se tiene algo, e incluso, aunque se esté seguro del fracaso. Sospecho que solo la apertura de la derrota puede quebrar, aunque sea muy poco a poco, el orden de la realidad actual. En ese sentido, puede que en el orden colectivo la salvación no esté en dejar de esperar, sino en esperar activamente, y en aceptar que la vida en espera también es vida, aunque no sea una apacible. 

Casi en contradicción con su cierre, la película de Chiha parece probar esto mismo: la relación de la pareja constata que la repetición de la espera, la permanencia de la distancia, el enganche de la esperanza y la expectativa forja también, sin duda, una relación. Tal vez no la mejor, pero sí la que se está consiguiendo, la que está siendo de momento posible; están generando una nueva realidad, un nuevo estatuto relacional, un nuevo espacio. No hay nada de falso ahí, la relación existe, y son dos partes las que lo permiten, aunque sea mediante una actitud esquiva y rechazos a medias. May y John no se ven mucho, pero se piensan mucho, y así hacen posible que se mantenga su relación. Tal vez es una en la que se sufre, una unión difícil de asir, pero, que duda cabe, hay un vínculo. Repito que en el amor no hay que soportar esto, pero lo que me parece crucial es sospechar que en la política es distinto, precisamente porque no se puede escapar de la comunidad y conocer otra, o no siempre: en lugar de retirarse al anhelo, o de volver a un presente con el que conformarse y estar más o menos en paz, hay que irrumpir en el presente hasta el punto en el que este lo permita. Ese impacto generará daño y no será pacífico, pero seguramente será el único que pueda convencer de que otra cosa es posible

*** 

«¿Dónde estaba su profunda devastación?» se pregunta John a través del narrador en el relato de Henry James, cuando es golpeado por una inexplicable envidia tras ver a (sospechamos) un viudo en el cementerio, cuyo rostro está evidentemente atravesado por un dolor insoportable. John se da cuenta entonces de que se ha privado a sí mismo de la posibilidad de sufrir por entero, a viva voz, de cara; se había desposeído de la posibilidad de fracasar y ser herido ante los ojos de los demás. Ahora era un hombre dolido, pero incapaz de hablar, de realizar el duelo. Al encerrarse en su interior, bloqueó las condiciones para que sus gritos fuesen escuchados; y si algo debe quedarle a quien odia el presente, pienso yo, es su grito. 

La Bête (Bertrand Bonello, 2023)
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