Hubo un tiempo no muy lejano en el que el fútbol operaba en nuestra realidad como una suerte de quinto poder. Sutil y sibilino, ejercía su fuerza en el entre de la vida cotidiana. Territorializaba y desterritorializaba subjetividades a base goles. Generaba formas de habitar el mundo con la brújula del horizonte existencial situada en los partidos del domingo. Y en cierto modo, así sigue siendo a día de hoy, si bien la estructura del fútbol como dispositivo biopolítico ha cambiado radicalmente.
Hay un hecho fundamental para entender esta transformación, y es que el fútbol ha dejado de pertenecer a sus legítimos propietarios: hinchas y futbolistas especialmente, pero también staffs técnicos, clubes deportivos, árbitrxs y comunicadores de diversa índole. Ellxs, que fueron lxs constructores del gran teatro del fútbol, se han ido quedando paulatinamente atrapados en los arrabales de la industria del fútbol, ocupando roles cada vez más pasivos y depotenciados.
No es que el fútbol haya perdido su poder específico dentro de nuestras sociedades. De hecho, se podría decir que ha ido ganando cada vez más y más presencia mediática en multitud de ámbitos. Pero es indudable que en este proceso de industrialización y de crecimiento desmedido ha perdido buena parte de su dimensión aurática; ese espacio inefable, cuasi fantasmagórico, en donde Pasolini se había atrevido a situar el último gran bastión de la sacralidad occidental, la cual estaba representada por el conjunto de rituales organizados en torno al devenir incierto que dibujaba la dichosa pelota.
Como ocurre en el resto de ámbitos, parece que no existe alternativa a un fútbol turbocapitalista, el cual debemos abrazar sí o sí ante la amenaza de colapso del viejo mundo del cual ya solo quedan ruinas. Son malos tiempos para las líricas, que diría Bertolt Brecht, independientemente de que éstas se intenten escribir a partir de un trozo de cuero.

¿QUÉ HACER? LÍNEAS DE FUGA ANTE EL REALISMO CAPITALISTA DEL FÚTBOL.
Aprovechando que en este 2024 se cumplen 100 años de la muerte de Lenin, es importante recuperar el énfasis sobre la pregunta revolucionaria en torno al qué hacer. Y es que a pesar de que el realismo capitalista funciona -y muy bien- a base de repetir hasta la saciedad que no hay alternativa posible, sabemos que este mantra no es cierto: siempre hay alternativa ante cualquier determinismo ideológico mientras exista voluntad. Y el mundo del fútbol no se encuentra más allá de esta posibilidad transformadora, por más que sus estructuras de poder estén estrechamente vinculadas con los poderes fácticos políticos y económicos que nos gobiernan hoy. Así que para afrontar la pregunta del qué hacer en el ámbito del fútbol es fundamental abordar el concepto de la imaginación, muy presente en el planteamiento de Fisher, y del cual se hacen cargo varios autorxs contemporáneos.
Dialogando con las tesis fisherianas, Amador Fernández-Savater señala una de las claves para poder pensar las posibilidades transformadoras al afirmar que «el realismo capitalista se sostiene sobre nuestra “enfermedad”: el bloqueo de la imaginación instituyente, creadora. […]Para transformar la realidad, hay que abrir los canales, liberar el flujo imaginativo de la codificación capitalista». Hay algo realmente revolucionario alrededor de la imaginación, pues como ya intuyó Spinoza y confirmó posteriormente el psicoanálisis, la imaginación es el motor psíquico del ser humano, el combustible que necesita para poder caminar hacia el horizonte siempre incierto que representa nuestra existencia, y así lograr satisfacer su deseo constituyente. Sin imaginación y sin deseo, el ser humano enferma y cae en una espiral pasiva llamada depresión, la cual se ha convertido en la gran epidemia de occidente durante el siglo XXI.
En una línea similar se sitúa Bifo Berardi, quien en sus disertaciones sobre la cancelación del futuro que acontece bajo el régimen neoliberal, encuentra en la falta de imaginación uno de los fundamentos para entender la crisis de sentido que castiga al mundo occidental. En el tiempo de la infoesfera, el cuerpo individual y el cuerpo social atraviesan una impotencia generalizada que nos impide tan siquiera pensar el futuro. Vivimos en la desafección de un presentismo exacerbado, condenados a su consumo perpetuo ante la privación de ese horizonte existencial que representa para el ser humano el futuro. Y sin embargo, no existe objeto de consumo presente que pueda satisfacer nuestra necesidad ontológica vinculada con el futuro. Así que ante esa carencia simbólica enfermamos individual y colectivamente por la imposibilidad de ser capaces de pensar un futuro.
Falta de imaginación, ausencia de futuro, depresión y deflación del deseo; los cuatro jinetes del apocalipsis que cabalgan sobre el presente arrollando toda realidad natural y simbólica, de la cual no queda excluida el fútbol.
¿Entonces, cómo podemos activar las palancas de la imaginación futbolística? ¿Es posible tan siquiera imaginar un escenario en el que este deporte sea mejor de lo que ya fue o de lo que aún es en la actualidad? La respuesta es radicalmente afirmativa, y tan solo hace falta prestar atención al malestar que reina en el mundo del fútbol para darse cuenta de la urgencia y necesidad de este cambio.
Porque, por un lado, activar la imaginación para con el fútbol nos permitirá tomar conciencia de que ese pasado glorioso que romantizamos está muy lejos de ser un lugar idílico al que desear volver. Es innegable que el fútbol de antes era mucho más cercano, que de algún modo pertenecía a sus verdaderos protagonistas. Pero también es indiscutible que dicha pertenencia estaba atravesada por vectores de género, ideología o sexualidad. Por mucho que añoremos el fútbol del siglo XX, debemos reconocer que aquel fútbol era un espacio tremendamente sexista, concebido por y para la mirada casi exclusiva del hombre heteronormativo. Un espacio homófobo e intransigente, en donde a menudo el racismo y el fascismo anidaban y se reproducían con total impunidad.

La otra cara de la moneda de esta activación de la imaginación futbolística tendría que ver con el hecho de abrazar y defender aquellos aspectos del fútbol actual que realmente merecen la pena reivindicar y que constituyen realidades sólidas a partir de las cuales es posible construir un futuro diferente. En el fútbol base, en el fútbol amateur, en el fútbol semiprofesional, en el fútbol femenino profesional, e incluso en el fútbol de élite existen ejemplos que demuestran que hay alternativa a un fútbol donde el negocio y el consumo pasivo no se encuentran sí o sí en el centro.
A menudo me da la sensación de que cuando se habla de fútbol el discurso mediático modula completamente la percepción de la realidad, como ocurre en la inmensa mayoría de ámbitos de nuestra vida cultural. Ante esta situación, convendría rescatar el pensamiento de Lacan, para quien lo Real es un lugar vacío, sin esencia, que siempre se está escapando de la representación debido a su carácter inefable. Su contraparte, aquello que llamamos realidad, debe entonces entenderse como un conjunto de discursos lingüísticos no naturales que estructuran las subjetividades y sus modos de ver y de estar en el mundo. Asumir esta compleja posición nos cierra las puertas para una idea de Verdad última hacia la que caminar sin fisuras. Pero al mismo tiempo nos abre la ventana para una eventual transformación del orden de una realidad que siempre permanece abierta, que como cualquier partido de fútbol debe disputarse.
¿Cómo afecta esto al mundo del balón? Una vez más entra aquí en escena el realismo capitalista y su carácter sutil, pues en la misma definición de fútbol todo significante queda subsumido bajo la realidad concreta que representa el fútbol profesional y de élite, el cual paradójicamente simboliza, siguiendo la metáfora conceptual lacaniana, una pequeña parte del Real del fútbol. Activar la imaginación implica tomar conciencia de esta situación y, por ejemplo, emprender un proceso de deserción para con esa realidad hegemónica que reproduce el realismo capitalista, tal y como propone Bifo Berardi. Hacer un giro afectivo hacia ese otro fútbol que está presente en nuestro día a día, más humilde y menos estetizado, pero más cercano y palpable. Darle más importancia al fútbol de nuestros pueblos, barrios y ciudades, en donde los cuerpos todavía pueden encontrarse sin los vectores del consumo y la producción como ejes referenciales, y en donde la belleza y la felicidad no radican simplemente en el ganar, ganar y volver a ganar.
Pero desertar de esta realidad futbolística no tiene por qué ser excluyente de seguir habitándola. El poder mediático no solo es difícil de enfrentar, sino que también es constituyente de nuestra propia subjetividad. Y si bien desertar de la realidad es un ejercicio soberano que puede garantizarnos felicidad en nuestra conciencia individual, a nivel colectivo seguirá abierto el compromiso ético para con el Otro. Disputar la batalla hegemónica incluso en los propios territorios del sistema es igual de importante para lograr una transformación radical de la realidad, aunque dicha batalla esté llena de peligros. Quizás el mayor ejemplo futbolístico para esta cuestión sea el de disputar aquellos símbolos referenciales para el realismo capitalista del fútbol, en donde el Real Madrid se presenta como el gran enemigo a batir.
Existe, sin embargo, un lugar por explorar que se encuentra entre la deserción y la batalla hegemónica de aquello que llamamos realismo capitalista del fútbol. Este lugar sería el que representa el fútbol femenino profesional. En un momento en el que su crecimiento y mediatización son realidades imparables, está por ver el sendero que se va a recorrer. Por un lado, está la tendencia colonizadora inherente del neoliberalismo, que tratará de subsumir bajo sus lógicas cualquier intento transformador del status quo del mundo del fútbol haciendo girar la rueda de significantes vacíos. Pero por otro lado está la contradicción, quizás insalvable, de un orden hegemónico patriarcal que no parece dispuesto a ceder privilegios fácilmente, como ha quedado demostrado con el “Caso Rubiales”, lo cual abriría la puerta a un escenario radicalmente novedoso vinculado con un devenir incierto.
Para finalizar este breve ensayo sobre las posibilidades de un fútbol más allá del realismo capitalista, considero crucial traer a colación las palabras de Marina Garcés sobre el concepto de la promesa. En un tiempo condenado al realismo de la repetición de la Historia y al agotamiento de la imaginación, espolear el espíritu ilusorio de la promesa puede ser el elemento lingüístico que nos permita arrancar el motor de la transformación. Las promesas no son palabras que garantizan un final definido, sino más bien el inicio de un camino a transitar. Pues detrás de las promesas no habita la consecución necesaria de las mismas, sino la posibilidad de intentar conseguirlas.
La promesa de un fútbol diferente, en donde la producción y el consumo alrededor del balón no sean su principio y fin, no va a cambiar la realidad dominante que se reproduce día a día, minuto a minuto. Pero esa promesa compartida por muchxs sí que puede convertirse en un compromiso común que nos permita abandonar la esfera individual, impotente y aislada, para devenir en una multitud activa que encuentre durante algo más de 90 minutos un espacio de comunidad que aporte algún otro sentido al ganar, ganar y volver a ganar.
