Justicia y narración

“Antes era más fácil enamorarse. Ahora hace demasiado calor”

Ropa tendida, Óscar García Sierra

Ropa Tendida empieza con Isidorín y Milagros. La primera escena nos presenta la vida, la vida real del mundo de ahora, una pareja que ya no se quiere, él prejubilado, ella amargada en un trabajo de mierda. Pero no es una novela realista. Esto va de otra cosa. Hay un tema en la obra de Óscar García Sierra que parece no tener el mismo peso crítico que la desindustrialización, el leonés o la tristeza generacional y es la narración de historias. La única forma que tenemos de sobrellevar este mundo, cruel triste y despiadado: contar. De eso iba Facendera y eso mismo sigue sucediendo, creo, en Ropa Tendida, cuando el narrador viene acompañado de una voz que se sale del pacto narrativo para avisarnos constantemente de que lo que estamos leyendo no es otra cosa que una historia.

Unos metros más adelante una viejina acaricia la pared, parece que porque no ve nada. Xairu hace un amago de pararse a ayu-darla. La mitad de las viejinas de la residencia están cie-gas. Las viejinas se quedan ciegas y se creen que pueden ver el futuro, y los guajes se ponen ciegos y se dan cuenta de que sus abuelas ya podían ver el futuro antes de quedarse ciegas.

-Déjala, que no es un personaje.

-Solo quería… ayudarla -susurra él.

Xairu sigue recorriendo lentamente el pasillo.

En ese momento, la voz que acompaña la paranoia de Xairu nos avisa claramente: esta persona (real o no, lo mismo da) no es un personaje, no es narrable, no tiene hueco en esta historia. La sutileza con la que Óscar García Sierra nos va desentrañando a lo largo de la novela su propio planteamiento narrativo no lo hace menos patente, parece que con dos o tres pinceladas en las que habla destapado del sistema que rige siempre sus narraciones sea suficiente para que nos demos cuenta (es un escritor que no te trata de tonto como lector). Tal vez el momento más evidente sea el capítulo dedicado a Tania Tamara, escritora, que no encuentra más tiempo para escribir que las mañanas del fin de semana, entre tantos trabajos, y Óscar García Sierra nos regala un resumen en menos de una página del panorama literario contemporáneo: allí están todos los tropos posibles.

cuentos sobre pueblos deprimentes pero con encanto, en los que alguien mata a alguien o alguien desaparece y hay personajes extraños que conviven con gente perfectamente normal, pero poco a poco las fronteras entre ambos se difuminan y el lector no sabe con quién quiere o debe identificarse; cuentos sobre fiestas exclusivas en las que todo el mundo siente que en el fondo es un intruso; cuentos sobre el ritmo de vida capitalista, sobre madrugar para meterte en el transporte público para ir a una oficina a una hora de distancia, sobre intentar leer en un transporte público abarrotado, sobre cansarse más en los descansos por tener que dedicarlos a socializar con los compañeros de trabajo, sobre acabar de trabajar siempre media hora más tarde de lo que debería, sobre intentar leer en el transporte público medio vacío de vuelta a casa, sobre llegar a casa y no tener fuerzas para escribir, sobre tirarse en el sofá a ver Sálvame y cenar y ducharse y meterse en la cama para coger fuerzas para el día siguiente, sobre dormirse pensando que al día siguiente sí que sacará un hueco para escribir, sobre la sensación de tener una buena hueco para escribir, sobre la se sacien de tener una buena idea sobre la que escribir y que se te olvide de repente, sobre la sensación de estar agobiado por un problema que parece que va a matarte y que el problema se te olvide de repente

Todas las maneras de narrarnos cosas explican algo muy sencillo en este párrafo: por muchas formas diversas que adopte el cuento, ya sea rural o urbano, o más o menos fantástico, sobre todas esas formas subyace una necesidad de explicar esa tristeza (que tanto celebra la crítica cultural sobre la obra de Óscar) de muchas maneras. En todos esos tipos de cuento leemos el mismo cansancio provocado por la precariedad, la España vacía o el cansancio del capital. Pero para mí lo relevante es que el tema principal no es la lectura política, sino la forma en la que esta emerge inevitablemente a través de la narración. Tania Tamara hace todo lo posible porque es su única salida (otros personajes huyen a través de las drogas y los antidepresivos, pero ella no, ella huye a través de la única mecánica del consuelo, narrarnos el dolor entre nosotras). Luego, todas las tristezas del mundo y todos los dramas contemporáneos se podrán desarrollar. Eso es lo que más me gusta de las novelas de Óscar García Sierra, que el tema principal está enrollado sobre temas supuestamente principales. Pero en Ropa Tendida se nos explica que podrían ser otros temas y ello está en la repetición. La repetición tiene una importancia capital en el mundo simbólico de Ropa Tendida (el pelo de Xairu tiene forma propia por haber sido repetido día tras día, los fines de semana en el bar son siempre iguales, se repiten uno tras otro, los cuentos parecen repetirse, las historias parecen vivir en un bucle eterno de vuelta de lo mismo que es un after, un bar, una vida tratando de paliar siempre un sufrimiento que es el mismo para todos los apaleados):

Ir al bar de siempre, tomar unas cañas, cruzar mirada con alguien del bar, repetir las mismas frases de siempre. Está León muerto. Qué tal anoche. Estaba todo muerto. Se va a la mierda esta ciudad. Viste que cerró tal bar. Hace mucho que no voy a tal bar. Últimamente estaba siempre lleno de maricones tal bar. Yo hoy pronto pa casa. Yo mañana no curro. Pero no estabas en paro. Estoy echándole una mano a mi cuñao. Deja que te invito a una. Bueno, pero la siguiente la pago yo. Oye, ¿y si llamo a este? Na, hoy no. Oye, que vino este. Venga, me quedo. Y así hasta que amanece. Y al día siguiente o, en el mejor de los casos, a la semana siguiente, se repite el proceso. Todos los bares baratos se parecen. Todas las noches en el bar son iguales. Y, a pesar de que todos los clientes tienen los mismos problemas y ninguno tiene ganas de vivir, todos piensan que el borracho de al lado está peor.

Y escribir también parece ser una acción condicionada por la vuelta de lo mismo, por la repetición siempre de errores, fallos y la sensación de que nada suena autentico (porque todo es repetido).

Cuántas veces ha sentido esa misma desesperación al escribir La sensación de arreglar algo y, al hacerlo, estropear otra cosa es algo habitual las mañanas de los fines de semana. Entonces se plantea algo: ¿la ayuda en algo escribir código a la hora de escribir literatura? La creatividad o, mejor dicho, su ausencia, piensa, es la única diferencia. En cierto sentido es reconfortante. Tener tan poco margen de maniobra, estar tan atada por una sintaxis y un objetivo final la tranquiliza. Ojalá con sus cuentos le pasase lo mismo. Ojalá alguien le dijese «tu cuento tiene que hablar de esto, tiene que producir este sentimiento y esta es la estructura óptima para lograrlo». Pero no, todo su código da errores, y todo lo que escribe suena falso.

La escritura de código como solución a la repetición de lo mismo: una escritura reglada sin originalidad ni autoría en la que desahogar ‘sin tema’ el problema de la falta de sentido de una vida contemporánea arrancada de unas ‘raíces’ que nunca fueron tales. Es posible que si Óscar lee esta especie de crítica me diga que me he flipado mucho con la lectura, pero bueno, creo que Ropa Tendida (y Facendera) permiten esta lectura, porque si en algo no se equivoca la crítica cultural es en que Óscar es uno de los mejores autores de la generación y si algo permiten los grandes es la diversidad de lecturas.

Justo estos días me veo reevaluando mi opinión acerca de una novela que comparte algunos elementos (puntuales y extraños, pero compartidos, al fin y al cabo): La Familia Real de William T. Vollmann. Más allá de personajes tristes llevados a espirales de auto-destrucción relacionadas de alguna forma con las drogas y el lumpen, el narrador de Vollmann también utilizada contadísimas ocasiones para salirse del pacto narrativo y hablar directamente al lector como narrador (Vollmann llega a decir: «que no te dé pena este personaje, que te dé pena la chica real a la que entrevisté para llegar a él»), explicarnos que la narración es un vehículo (tal vez el único que le quede al que se dedica a escribir) para narrar un mundo que es. Sin moralismos ni idealizaciones, sino tal cual lo ve un narrador que se ensucia con tal de no romantizar ni hacer que te den excesiva pena sus protagonistas. Es decir, un narrador justo en su mirada al mundo.

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