Sí, Barbie está indignando a los señoros. Para sorpresa de nadie, la consideran un panfleto feminista que odia a los hombres. Ken es un tonto más del que reírse, como Homer Simpson, Phil Dunphy, Peter Griffin o Michael Scott. En Kendom no hay premios Nobel de literatura o jueces del tribunal supremo como en Barbieland, tan solo caballos, niños-hombres, culturetas y guitarritas pesados. Pero no toda la comunidad online de hombres misóginos, la conocida como manosfera, ha recibido la historia de Ken y Barbie como misándrica. Algún Youtuber antifeminista la está reivindicando como una divertida película pro-hombres en sintonía con muchos de los ideales masculinistas.
¿Cómo puede una película tan explícitamente feminista ser capaz de provocar una reacción así en un sector violentamente misógino? Pero ¿y si tuvieran algo de razón? A continuación voy a exponer por qué el tratamiento de la manosfera en la (por otra parte genial) película de Mattel es problemático y alienta la legitimación de una fantasía masculinista de autosuficiencia.
Introducción a la manosfera
Para empezar, hablemos de la manosfera, ese anglicismo que suena a capa de la atmósfera y que está formado por las palabras man (hombre) y sphere (esfera). Su antecedente más directo aparece poco después de las primeras conquistas feministas del siglo XIX, cuando algunos hombres comenzaron a percibir la emancipación de la mujer como un proceso que menguaba sus derechos. Más adelante, se asociaron en colectivos como la Liga de los Derechos de los Hombres, fundada en la Austria de entreguerras con el objetivo de combatir los «excesos» de la nueva mujer emancipada. El movimiento recorrió más o menos silenciosamente el siglo XX hasta que, con la llegada del activismo de los años 60, asomó la cabeza de nuevo para protestar ante la supuesta creciente discriminación que sufrían los varones tras cada ola feminista. Con la llegada de internet, las premisas y el ejemplo de los llamados Activistas por los Derechos de los Hombres sirvieron de base para la consolidación de un espacio online diverso de discursos masculinistas y antifeministas: la manosfera.

La manosfera aglutina a un considerable número de hombres que se sienten desplazados, ignorados, deprimidos y discriminados por una sociedad que perciben como hembrista. Inicialmente, coincidiendo con la fiebre de internet, tuvo un uso terapéutico. Varones desorientados, que asistían al desmoronamiento de la masculinidad tradicional e ignoraban su nuevo papel en el mundo, compartían experiencias de frustración en foros y se ofrecían apoyo mutuo. El sueño duró poco. Lentamente se fue gestando una rabiosa politización de la identidad de género masculina que, alentada por fenómenos como la discriminación positiva o el #MeToo, comenzó a articular la idea de que el hombre (blanco, cis, heterosexual) vivía en un régimen totalitario y supremacista orquestado por y en interés de las mujeres: la ginocracia, o el gobierno de las mujeres.
Si hay una metáfora que muestra hasta qué punto la manosfera considera al feminismo hegemónico es la de la Píldora Roja —parodiada, y no accidentalmente, en Barbie—. La Red Pill Philosophy sugiere que, al igual que el protagonista de Matrix, los hombres tienen la opción de tomar la píldora roja para conocer la realidad genuina. Esta revelación pasa por darse cuenta de que, en contra de lo que la charocracia nos quiere hacer pensar, las mujeres no son las principales víctimas de un sistema patriarcal, sino que ejercen una dominación mediante su capital sexual y su tendencia natural a mentir y manipular. El feminismo no tendría otro objetivo que el de acomplejar y castrar a los hombres, inyectándoles una falsa conciencia de opresores para neutralizarlos política y socialmente.
En este contexto, el antifeminismo se presenta como una práctica contracultural y revolucionaria.

Una vez tomada la Píldora Roja, existen cuatro respuestas mayoritarias al supremacismo femenino: confrontación, evitación, seducción y eliminación.
La confrontación es la respuesta de los Activistas por los Derechos de los Hombres. Este grupo combate la supuesta discriminación legal que sufren los varones, especialmente en casos de custodia y violencia de género. Los ADH argumentan que la vida del varón ha sido históricamente considerada como desechable, algo que prueban con el uso de estadísticas sobre muertes bélicas, suicidios o violencia callejera. Este sufrimiento, sin embargo, no sería producto de los roles de género clásicos o el énfasis neoliberal sobre la noción de éxito, sino que—¡sorpresa!— es culpa de las mujeres, cuyas vidas han sido tradicionalmente protegidas en base a su capacidad reproductiva y no valoran lo que los hombres hacen por ellas.
La evitación de las mujeres es la vía tomada por los autodenominados Hombres que Van por su Propio Camino (MGTOW en inglés). Este grupo piensa que las mujeres son peligrosas y manipuladoras, ya que te pueden acusar injustamente de acoso sexual o violación. Además, y lo demuestran figuras como Nikola Tesla, los hombres que siguen su propio camino triunfan más que aquellos que aceptan su papel subordinado a la mujer. El camino conduce no sólo a aislarse de las mujeres, sino también a separarse del resto de seres humanos para vivir estoicamente y de forma autosuficiente, en sintonía con una mitología masculinista clásica presentada como contracultural.

La seducción es la salida de los Pick Up Artists (PUAs) o Artistas del Ligoteo. Su labor es pedagógica: enseñan a ligar a aquellos hombres privados de sexo, un recurso que entienden acaparado por las mujeres y al que ellos tienen derecho por naturaleza. Las mujeres son para los PUAs un indicador más del éxito de los hombres, como un coche de lujo o un teléfono móvil. Su valoración de ellas se puede resumir en una frase de Neil Strauss, gurú de gurús en el mundo PUA: “todo agujeros: oídos para escucharme, boca para hablarme y vagina para darme orgasmos”.
La cuarta respuesta acumula tanto odio que apunta a la eliminación o humillación de las mujeres. El movimiento INCEL, cuyas siglas aluden al celibato involuntario, está formado por los más jóvenes y los que más sufren dentro de la manosfera. Su reivindicación principal parte de las premisas de los PUAs: las mujeres están en poder del sexo y no se lo ceden a los hombres. Seducirlas, sin embargo, no es una opción, ya que los incels se consideran genéticamente predestinados al fracaso sexual. Los más radicales concluyen que, para dotar a los hombres de su innato derecho al sexo, es necesario instaurar un renovado patriarcado que elimine la libertad de las mujeres. Hasta entonces, es legítimo violar, linchar o exterminar sus cuerpos.

La manosfera en Barbie
De alguna forma, el potencial buscado por Barbie reside en ser muy femenina y feminista al mismo tiempo. Una de las audacias de Greta Gerwig es presentar la feminidad de Barbie sin origen ni construcción relacional, con la consecuente falta de deseo que conlleva. Ken, en cambio, «sólo tiene un día feliz si Barbie le mira», como dice la narradora al comienzo de la película. Su identidad carece de centro, no le pertenece, pero en su ridículo fracaso despierta la compasión del espectador con más facilidad que el existencialismo abrupto de Barbie.
El deseo de Ken, producto de esa inestabilidad ontológica, tiene un potencial que ni él mismo conoce: “tengo sentimientos que no puedo explicar, volviéndome loco” canta en su tema principal. Si ella no tiene genitales, él los tiene todos, como les dice a los obreros de la playa de Malibú. En otra escena de la película, cuando expresa el deseo de pasar tiempo con Barbie a solas, admite que no sabe muy bien por qué quiere hacer eso ni lo que supuestamente tiene que pasar. Como los prehumanos de los que habla Aristófanes en el Banquete de Platón, que, sin poder procrear por ausencia de genitales, se abrazan hasta morir de inanición, Ken está condenado a un deseo que nunca entenderá y que no le permite descansar en una identidad fijada en la masculinidad. Aunque ésta se presente para prometerle los placeres del patriarcado, para Ken, prácticamente hasta la escena final, nada, ni él mismo, es suficiente.
La historia de Ken no sólo describe una vía común de radicalización y de entrada en la manosfera, mostrando el paso de la indiferencia hasta la venganza, de la impotencia a la omnipotencia, sino que parodia cada uno de sus subgrupos y estadios. En el comienzo, Ken es un incel sin politizar. La obsesión por mejorar su físico y sus habilidades no le eximen de un fracaso perpetuo con Barbie, para quien es un amigo más. Cuando viaja al mundo humano adquiere conciencia de la opresión y el menosprecio que sufre en Barbieland, es decir, toma la Píldora Roja. Vuelve convertido en un Activista por los Derechos de los Hombres, creyéndose entitled a todo tipo de profesiones y propiedades por el mero hecho de ser varón. Como no consigue, pese a todo, la aprobación de Barbie, orienta su vida a seducirla ofreciéndole canciones, explicaciones del Padrino y una vida de cómodo accesorio, al estilo de los Aristas del Ligoteo o PUAs.

La parodia acaba —y el error empieza— cuando Barbie impulsa a Ken a estar satisfecho con ser “just Ken” y neutralizar su deseo, un ideal propio de los Hombres que Van por su Propio Camino, los MGTOW. El problema es que, como muestra la producción incesante de discursos de odio machistas en los medios de este subgrupo supuestamente independizado de toda relación social, el bloqueo del deseo implícito en la fantasía de autosuficiencia masculina es la fórmula misma del resentimiento que alimenta la misoginia online. Es un punto de partida, y no de llegada.
En su libro Estados del agravio (Lengua de Trapo, 2019) Wendy Brown cuestiona la efectividad política y teórica de las lógicas del dolor que guían algunas políticas de la identidad en la modernidad tardía. De acuerdo con la filósofa, si la politización de las identidades ancla sus reivindicaciones demasiado en la herida que parcialmente las constituye, se vuelven incapaces de trascender las prácticas disciplinarias del estado o de renunciar al ideal blanco masculino de clase media que las excluye y al mismo tiempo sirve de modelo. Las identidades politizadas corren el riesgo de recrearse en un «yo soy», basado en el resentimiento, que bloquea el deseo anterior a la herida y con ello toda proyección de futuro, todo “yo quiero” formulado en común.
El proyecto político de la manosfera parte de una relación especular con el movimiento feminista y las políticas de la identidad que tanto critican: desde su génesis, y en mayor medida que cualquier otra politización de la identidad moderna, está atravesado por el resentimiento, busca al tiempo curar su herida y echarle veneno encima. Aquí es donde cabe la distinción entre el masculinismo clásico y aquel articulado por primera vez por los Activistas por los Derechos de los Hombres. El primero, en su vertiente liberal, que define tradicionalmente instituciones como el estado o el mercado, plantea un sujeto universal masculino que naturaliza su género y no distingue cómo éste moldea lo que hace, dice y piensa. El segundo, que se origina en la segunda mitad del siglo XIX y se constituye plenamente a lo largo del siglo XX, está irremediablemente ligado al feminismo en cuanto utiliza la categoría “Derechos del Hombre” desplazada de forma consciente de cualquier universalismo: se podría decir que es posterior a Wollstonecraft y De Gouges. Nace tras una caída que, en realidad, le aporta su principal impulso. Por ello, incluso la corriente radical de la manosfera que pide la vuelta de un patriarcado “duro y tradicional” fracasa al proyectar un pasado pre-feminista o pre-liberal. Su necesaria imbricación con la politización del género llevada a cabo por el movimiento feminista imposibilita todo futuro autónomo e independiente. Prueba de esta incapacidad es el propio lenguaje de la manosfera. La metáfora que más se ajusta a la de la Píldora Roja es la de ponerse las gafas violetas, que en la teoría feminista alude al momento de ser plenamente conscientes de la discriminación cotidiana que sufren las mujeres. El ginocentrismo, la idea de que el mundo está dominado por el punto de vista femenino, funciona a nivel conceptual como un patriarcado invertido.

El análisis de Brown resulta especialmente aplicable a la manosfera ya que, a diferencia de lo que ocurre con otras políticas de la identidad, los líderes masculinistas insisten en reforzar los roles de género que hacen sufrir a sus seguidores, de ahí sus frecuentes paradojas y contradicciones. Los Activistas por los Derechos de los Hombres protestan por el mayor índice de violencia que sufren los hombres, pero silencian que éstos producen siempre ese daño del que exigen protección. El nombre de usuario de Sergio Candanedo, uno de sus famosos vocales en YouTube, “Un Tío Blanco Hetero” recuerda al “sorda, bollera y mujer” de Irene Montero que recientemente hizo a la manosfera rasgarse las vestiduras y provocó la risa de Pablo Motos. Los incels condenan la promiscuidad de las mujeres al tiempo que exigen tener sexo con ellas. PUAs como Álvaro Reyes explicitan que no buscan una transformación de aquellos sistemas que provocan tu sufrimiento —como el patriarcado o el capitalismo— sino que los utilices a tu favor para formar parte del “1% de hombres” que tiene sexo con la mayoría de las mujeres y concentra todo el poder económico, como sí todos pudiéramos estar en ese porcentaje sin que las cuentas descuadrasen.
Como el coach neoliberal cuya única fuente de ingresos son los seguidores fascinados por un relato de un éxito que en realidad está financiado por sus propios bolsillos y su admiración, los líderes de la manosfera refuerzan los roles de género que hacen sufrir a los hombres para mantener una base de fracasados, deprimidos y ansiosos, que, alimentados por la fantasía de la posibilidad de una vida a pesar de la indiferencia o el desprecio del otro (las mujeres feministas), continúan comprando sus libros, atendiendo a sus conferencias e incrementando la monetización de sus vídeos.
Escribe Fernando Colina que la finitud que permite y despierta la aparición del deseo consiste en «soportar que uno no coincida del todo consigo mismo ni sea enteramente dueño de su casa». La prescripción de Barbie para Ken le anima precisamente a eso, a coincidir consigo mismo, a transformar un «yo quiero» en un «yo soy». De esa forma da alas a la fantasía manosférica de una identidad autosuficiente que se piensa indeterminada por el otro, que en realidad le constituyó y le constituye. Con un deseo bloqueado y una identidad masculina plenamente autorreferencial, el camino «propio» de los hombres no tendría sentido, pues no habría motivo ni capacidad para recorrerlo en primer lugar.
Reorientar las prácticas de deseo hacia un futuro común, necesariamente feminista, incluye partir de la exploración del daño que el patriarcado produce en los hombres, pero debe ir más allá. La gran tarea pendiente con respecto a la manosfera es desbloquear un deseo enconado en el resentimiento, la venganza y las fantasías compensatorias de dominación, que prevalecen en la pornografía patriarcal. Barbie es una parodia efectiva de la manosfera y destapa muchos de los mecanismos ridículos que operan detrás de la masculinidad, pero en la resolución del arco de Ken naufraga al advocar por una vía de autosuficiencia en línea con la mitología masculinista contemporánea.