«Somos la raíz ventricular de la tierra»

Somos la raíz ventricular de la tierra,

a mil kilómetros del mar (siempre hacia abajo);

vestidos de blanco y lino, o desnudos, 

o pintados con cal como niños que juegan.


Somos de la tierra, es decir,

la tierra no nos pertenece: son otros los que cantan hoy,

son otras sus banderas: las alzan los dueños, y nadie más,

el resto solo flota bocabajo en el océano.
Somos de la tierra, es decir,

la tierra no nos pertenece: son otros los que cantan hoy,

son otras sus banderas: las alzan los dueños, y nadie más,

el resto solo flota bocabajo en el océano.


Los demás sabemos que el barro sólo funciona

como disolución de la perdida costumbre:

necesita removerse primero, separarse un tiempo,

incumplir todos los propósitos. Perderse. Somos hijos de la molienda,

del grano puro que queda en la yunta,

de la espiga que nace al borde del camino.


Venimos de la distracción, del manto

que bordamos con plata de otros, 

porque con sangre de otros regamos el eucalipto ágil y destructor:

nos da sombra el sicomoro de Virginia,

nos ilumina el rayo juvenil de nuestros propios crímenes.

Cargamos con un muerto por cada olivo.


Pero tú dices celebrar, y tiendes la mesa,

e invitas a los menos pródigos,

a los moderados, a los fáciles,

y llamas a los músicos y a los poetas, 

y se enorgullecen de sí mismos, y bendicen su suerte,

y hacen películas y cuadros que sólo gritan:

«he nacido en la virtud, puedo lucrar mi diferencia».

Haced fotos a los que celebran, no olvidéis sus rostros.

Apuntad los nombres de los que van a la fiesta. 

Identidad no es sino eufemismo de miseria.


Y abandonas a los viciosos y a los débiles,

y olvidas a los sucios y a los malolientes, que son 

la única patria verdadera, que malgastaron la vida

como sólo el dueño puede tirar su hacienda.


Olvidas que solo el desorden edifica con justicia, 

que los dones no son

sino para perderlos, que la virtud es otra mueca más

de la cobardía: ¿y qué celebras? ¿para quién

mandas servir el vino? ¿qué silueta muerta

envuelves con el Verbo, qué telón raído

cuelgas de las columnas? Cualquiera sabe hoy


que solo el desastre merece la fiesta, que no hay baile

sino el que comienza en las ruinas, que tu unicidad

es un eco abundante del fascismo. No hay provincia

justa.
,

Published by